El noble emprendió su ardua tarea con voto y devoción durante décadas, dejando su juventud y marchitándose con el pasar del tiempo. Por fin, a la edad de noventa años, sin apenas sentidos para contemplar su épica obra, suspiró por última vez antes de fallecer.
Piedra a piedra, el sudor de su constructor quedó enterrado en muros y paredes. El amor a su madre sin saberlo, conjuró el hechizo de protección más fuerte jamás habido. De tal modo que, al morir, la fortaleza adquirió la mágica propiedad de desaparecer ante los ojos de todos aquellos que quisieran profanarlo, asediarlo o expoliarlo.
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