6/8/12

The Abbot family

Reportaje fotográfico aquí https://www.facebook.com/media/set/?set=a.372820262766014.81828.100725859975457&type=3


En 1909, mientras dos americanos conseguían llegar por primera vez al Polo Norte, en una pequeña ciudad del sur de Bélgica nacía el primer y único hijo de los Abbot: Jacob Abbot.
Los Abbot eran los dueños de la fábrica de jabones “Abbot  Savons”. La empresa, fundada en 1883, había empezado comercializando sus jabones a particulares, sin embargo, y debido a la gran demanda, pronto empezaron a producirlos en masa.
Su negocio les había hecho muy prósperos y esto les permitió criar a su hijo en la casa familiar, o mejor dicho, en la mansión. Sus altas paredes se alzaban imponentes en medio de un vasto campo atravesado por un río y rodeado por sauces llorones.
La casa tenía una entrada principal encarada al este que se bañaba de rayos de sol todas las mañanas; un comedor familiar situado en la ala oeste para ver la puesta de sol a la hora del té; otro comedor más pequeño para las reuniones de sobremesa, una cocina, siete baños y diez habitaciones. Todo distribuido en tres plantas para acoger a todos los familiares y amigos que les quisieran visitar durante los meses de verano.


Cuando Jacob cumplió 19 años su padre falleció de neumonía y, poco después la madre. Él, como hijo único, pasó a ser el heredero de todo.
Al cabo de un año Jacob se casó con una francesa estudiante de enfermería: Marie Lenuart. Una chica inteligente y modesta procedente de una familia de artesanos belgas.

Durante 1928 y 1935, los Abbot tuvieron a sus 4 hijos: el mayor, Gilson Abbot; su primera hija Camille; y luego a los gemelos Herbet y Eliane Abbot.
La familia vivió felizmente durante los siguientes años. Los niños eran alegres y gozaban de buena salud y a pesar de la diferencia de status entre Marie y Jacob, eran un matrimonio muy bien avenido y mostraban respeto y admiración mutua.
Pero en 1939 estalló la Segunda Guerra Mundial y Jacob fue llamado a filas para unirse al eje de los Aliados formado por Francia, Reino Unido, Bélgica, Polonia, Dinamarca y Noruega. La noticia fue devastadora para Marie que se quedó sola criando de sus hijos e intentando llevar el negocio familiar a pesar de no estar preparada para ello.

Dos años después, recibió un telegrama donde se le comunicaba que su marido había muerto en combate. Con la defunción de Jacob se convertía en la Viuda Abbot y al mismo tiempo heredaba la gran fortuna de éste. No solo la casa, sino también los terrenos  cercanos y el negocio familiar; que durante la guerra había ganado mucho dinero gracias a la gran demanda de jabón por parte de los hospitales y casas de curas.


La guerra seguía avanzando pero los días en la casa de los Abbot transcurrían con normalidad y el único contacto que tenían con la guerra era a través del periódico local L'Echo de Belgique; a excepción del hijo mayor Gilson, que vio en la Guerra la oportunidad de lucrarse con la escasez de comida que se vivía.
Gilson, que rehusó trabajar en la empresa de su padre, traficaba en el mercado negro con bienes básicos como la harina, la carne,  la leche y el aceite. Pero encontrar alimentos en buen estado era difícil y Gilson engañó a muchos consumidores con sustitutos más baratos o en mal estado.
Como era de esperar, la voz corrió y pronto, Gilson Abbot era el estafador más buscado de la comarca. Sin ahorros y  con una deuda demasiado grande, sus probabilidades de sobrevivir en tiempos hostiles eran pocas.
Sin embargo había algo que le podía salvar: la herencia de su madre. Como era evidente, no podía esperar a que muriera y Gilson, que era un narcisista que lo había tenido todo sin esfuerzo, decidió tomar la vía rápida: matarla.

Gilson Abbot
Sus días en la economía subterránea le habían puesto en contacto con todo tipo de gente pero un día, cuando entró en una taberna de apuestas clandestinas se encontró con su médico de familia: Henry Luttenberger; y entonces lo vio claro. 
Henry, doctor de profesión, jugador de vocación; era un buen hombre al que desafortunadamente su adicción le había llevado por un camino oscuro y sin retorno y el mayor de los Abbot, que carecía de escrúpulos, sabía como salir beneficiado de la situación. 

Días después de su encuentro casual quedaron en la misma taberna para hacer el intercambio. Gilson le pasó un sobre por debajo de la mesa con un pequeño avance y el doctor le entregó una pequeña bolsa de papel manila. Dentro había un frasco con una etiqueta donde se leía, con letra escrita a mano: Ricinus Communis. El Ricinus Communis o ricina, era una toxina extremadamente venenosa cuando era ingerida o inhalada y era mucho más efectiva que el arsénico. Pero lo mejor de todo es que era un veneno muy poco conocido y eso era lo que precisamente necesitaba para llevar a cabo el crimen perfecto. 

Todas las noches Marie Abbot iba a su habitación, se sentaba en el tocador y encendía el cirio rojo que había junto a una foto de Jacob para rezar unas plegarias.

Gilson sabía que la ricina, si era dosificada en cantidades adecuadas, no mataría a su madre de inmediato pero lo haría en las próximos días, así la gente pensaría que la viuda habría muerto por enfermedad.
Con el cuentagotas vertió la dosis recomendada alrededor de la mecha del cirio esperando que su madre hiciera el ritual de todas las noches. 
Esa noche, como era de esperar, Marie se encerró en su habitación, encendió el cirio y empezó a rezar a su difunto marido, sin saber que, pronto, se reuniría con él


A la mañana siguiente el veneno ya había surtido efecto. Marie empezó con fuertes vómitos sanguinolentos y diarreas. Al cabo de 48 horas sufrió una hemorragia intestinal y finalmente, después de diez largos días de agonía, cerraba sus ojos para siempre.
Gilson, como era el primogénito varón heredó la mayor parte de la fortuna y pagó a Luttenberger lo convenido. Ahora él había comprado el silencio de su cómplice y podría saldar sus deudas. Todo había salido perfecto.

Semanas después de que los hermanos enterraran a la madre en el mausoleo familiar, Camille Abbot, la hermana mayor, recibió una carta sin remitente. En ella, alguien confesaba un crimen y la firmaba "un alma atormentada". A Camille esa caligrafía le era familiar. Sabía que la había visto por alguna parte en casa. Buscó y rebuscó hasta que encontró una receta médica firmada por Henry Luttenberger. Luego ató cabos rápidamente: su hermano heredero único, su impaciencia delante del notario, su serenidad durante el funeral y como no, sabía de sus actividades clandestinas.
Camille fue a ver al médico a su casa y Henry le contó todo. Antes de que la hermana mayor de los Abbot se fuera, éste le entregó un sobre: el dinero que Gilson le había dado.

Al día siguiente la policía abrió una investigación contra Gilson y la voz corrió como la pólvora. Desafortunadamente Gilson volvió a tomar la vía rápida y cuando la policía fue a buscarlo a su casa, lo encontraron colgado de una de las vigas del invernadero.


Los terrenos y el negocio familiar se repartieron entre Camille, Herbet y Eliane. Pero la casa, nadie la quiso; demasiados fantasmas.
Así pues, y durante los siguientes 50 años, la casa de los Abbot, o "La casa de la miseria" como muchos la bautizaron, fue quedando cubierta de grandes capas de hiedra y profundas grietas que solo los cuervos se atrevieron a habitar.


Cuatro generaciones después, en 1984, el nieto de Camille, Joseph Arthur decidió volver a la Mansión para reformarla y así resucitar el viejo sueño de su bisabuelo Jacob: un lugar donde la familia podría  volver a reunirse y  ser feliz.







27/3/12

The gypsy wagons

Reportaje fotográfico aquí: http://www.aliciariusphotography.com/in-the-dark/the-gypsy-wagons/

Introducción
The gypsy wagons cuenta la dura historia de unas familias gitanas que se vieron forzadas a huir por temor a ser ejecutadas.
Los gitanos siempre se los ha asociado con ser nómadas, almas libres sin apego hacia ningún lugar en concreto. Su vida sin rumbo fijo es su forma de sobrevivir. Se desplazan en busca de trabajo, comida… y cuando se les acaba, abren las alas y salen volando. Pero su forma de vida siempre ha estado en conflicto con los pueblos sedentarios que ven a los cíngaros como depredadores.



Esta es la historia de Doryn y Ioana. Ambos de origen rumano eran una pareja de calos que pasaron parte de su vida viajando por Europa durante los años 50 en busca de un lugar donde asentarse. Sin embargo, el constante repudio de la población les obligaba a llevar una vida errante.

Durante su éxodo, y al igual que otras familias, llegaron a un pueblo minero en Alemania:Katernberg. Katernberg era pequeño pero tranquilo y parecía el lugar perfecto para quedarse por un largo tiempo.
La mayoría de los villanos trabajaban en la industria del carbón pero Doryn prefería ganarse la vida como chatarrero y no estar a las órdenes de ningún “payo”. Sin embargo, los lugareños vieron la decisión de Doryn como un rechazo a la integración y decidieron tomar medidas.

Una noche, Ioana y Doryn fueron objetos de una emboscada. Doryn fue arrancado de la cama y llevado ante el pueblo; mientras que Ioana fue atada de manos y pies e impotente, vio como se llevaban a su esposo a rastras.
Esa misma noche el pueblo encerró a Doryn en una vieja mina de carbón y jamás lo dejaron salir. Su castigo era a la vez una advertencia para todas aquellos que se negaran a la integración.

A la mañana siguiente mientras los hombres obraban en las profundidades de la montaña, ésta se colapsó y dejó a todos los trabajadores atrapados dentro para siempre.


Desde entonces, las malas lenguas cuentan que los gitanos echaron una maldición antes de abandonar la aldea; pues las mujeres del pueblo, sin sus hombres, también se vieron obligadas a emigrar para sobrevivir; como los gitanos.
Después del incidente, Ioana y otras familias retomaron su nomadismo para evitar asentarse en ningún lugar por miedo a ser castigados.

Siguieron viajando por Europa hasta encontrar un hogar: los vagones de tren de Amsterdam Noord, una zona industrial apartada de la ciudad donde comenzarían una nueva vida, ella y sus hijos.

26/4/11

El monasterio de la puerta 12

Reportaje fotográfico aquí: http://aliciariusphotography.com/in-the-dark/el-monasterio-de-la-puerta-12/


Las paredes del monasterio de Sant Dominique fueron levantadas a finales del siglo XVIII por el monje suizo Jean-Philippe Bernard como refugio para cumplir penitencia y encontrar así la paz espiritual de aquellos que lo desearan.

Durante décadas, el monasterio fue la casa de decenas de monjes que llevaban una vida simple dedicada a la oración y al estudio del evangelio.

Los años pasaron y a principios del siglo XX apenas quedaban monjes para llenar los silenciosos pasillos de Saint Dominique. En 1921 se aprobó una reforma para convertir la abadía en un internado religioso y pronto, los sigilosos pasadizos se llenaron de las risas de centenares de niños.

El colegio fue un hogar para muchos chicos durante décadas. Parecía un lugar seguro lejos los peligros del mundo exterior.



La tragedia

Una mañana de abril de 1976, un hombre de 45 años identificado como Norbert Dugard, entró en la iglesia con un rifle de caza durante una misa, recorrió el largo pasillo desde la entrada hasta el altar y disparó al padre Louis Renout de 71 años. Luego, tomó el pasaje de los jardines y cuando llegó a las escaleras principales, subió hasta los comedores. Ahí descargó dos balas, matando al padre Philip Dalmau de 68 años y al padre Ollivier Dubois de 57. Después, se dirigió al vestíbulo principal de los dormitorios y con la última bala, se suicidó.

Cuando la policía llegó, encontraron el cuerpo delante de la habitación nº 12 junto con un papel escrito a mano que decía

Aquí empezó todo y por fin hoy acaba. No hay que morir para conocer el infierno, yo lo viví detrás de esta puerta. Ahora encontraré la paz.


La policía francesa abrió el caso de “El crimen de la puerta 12” y el agente al cargo era el Detective Eugène Lion.


Los agentes entraron en la casa de Norbert en busca de pruebas. Su morada, austera y oscura, reflejaba un tipo de vida solitaria y triste. Al entrar en el comedor, encontraron la caja vacía de un arma junto a una necrológica:

Fallece el Padre Emmanuel Du Poy. Hijos de Dios y profesor del centro, siempre fue estimado por nosotros y por sus alumnos. Ayer recibió cristiana sepultura en el cementerio de la abadía de Saint Dominique.


La caja correspondía al rifle con que Dugard había matado a sus víctimas y se había suicidado. Pero lo que disparó la alarma fueron los diarios que encontraron en su habitación. Páginas y páginas con descripciones de las atrocidades a las que había sido sometido durante su infancia por un padre al que en sus diarios se refería siempre a “la sombra”.

Lion miró la última y en él encontró un párrafo revelador:

La muerte le ha salvado de mi venganza. Guardar silencio es tan pecado como mentir. Mañana, pagarán justos por pecadores.


Eugène recogió las pruebas y con ellas se dirigió al Monasterio de Saint Dominique. Estaba convencido de que el director del colegio, Arnaud Roux, podría ayudarle.

El detective enseñó la necrológica a Roux y éste asintió con la cabeza. El padre Emmanuel había muerto hacía pocas semanas de mieloma múltiple (cáncer de médula ósea). Arnaud le explicó al agente que el padre Du Poy tenía por costumbre tutelar a los niños más desvalidos de forma no oficial –Muchos de estos niños, por cuestiones familiares, casi nunca abandonaban el internado, llegando a pasar incluso las vacaciones de Navidad o de verano en el colegio—. El padre Du Poy los llamaba a menudo para comprobar sus avances en los estudios y para guiarles en su vida espiritual. Los encuentros siempre tenían lugar en el despacho privado del padre, la habitación número 12.

En ese preciso momento, Lion ató cabos. Sacó uno de los diarios de Norbert y lo puso encima la mesa, abierto por una página al azar. El director lo sujetó con extrañeza y empezó a leer. Al cabo de pocos segundos, soltaba las memorias con repudio. Su cara de repente palideció y con voz quebrada afirmó no saber absolutamente nada de lo descrito en aquellas hojas y que “de haber ocurrido algo tan atroz hubiera actuado de inmediato.


El detective salió de la sala con una lista de tres nombres de ex alumnos que también habían sido pupilos de Du Poy.

Uno de ellos había muerto hacía años por causas que la familia no quiso mencionar. Los otros dos, eran hombres casados que llevaban una vida discreta en ciudades cercanas a la abadía. Cuando oyeron la historia de Norbert sus caras se desencajaron pero cuando se les preguntó por el padre Du Poy, el pánico se apodero de ellos. Fue como si una puerta que había permanecido cerrada durante muchos años se abriera de golpe para embestirles con furia. Pero fuera lo que fuera, lo que pasó detrás de esa puerta, ninguno de los dos quiso recordarlo.

El inspector no consiguió sonsacarles nada que ayudara a esclarecer el caso, aunque tenía el presentimiento que se habían roto muchas vidas inocentes al otro lado de la puerta número 12.



La habitación del dolor

El colegio de Saint Dominique permaneció abierto unos cuantos años después de la tragedia, sin embargo, la puerta número 12 se cerró para siempre, aunque su leyenda sigue aún con vida.

Los niños se referían al antiguo despacho como a la habitación del dolor. Corrían historias acerca de lo que pasó y se decía que las paredes, escamadas por el paso del tiempo, era en realidad el alma de Du Poy quemándose en el infierno.


Nota: la foto no se corresponde con la historia.







5/11/10

Els records de la Teresa

Reportaje fotográfico aquí: http://aliciariusphotography.com/in-the-dark/els-records-de-la-teresa/


Las mortecinas luces que se colaban por las ventanas rotas desvelaban los detalles que mis ojos casi no podían ver. La casa, atormentada por la soledad y el transcurso de los años, se quejaba a cada paso que daba.
Curiosa, avanzaba por el húmedo y largo pasillo, donde los mustios rostros de los viejos cuadros parecía que me siguieran con la mirada, asombrados por mi osadía, asustados por lo que pudiera descubrir…
Al fondo se hallaba una habitación; seguí caminando, lenta e insegura. Una extraña sensación me invadía.

Cuando estaba a escasos centímetros del pomo, la puerta se abrió sola, gimiendo. Una corriente de aire, que más bien parecía un suspiro de liberación, salió, enlazando mi cuerpo y calando el frío en mis huesos.
Llevaba mucho rato en la penumbra y la potente y anaranjada luz nubló mi vista unos segundos. Fundido a negro.

Al cabo de un rato mis ojos se adaptaron. Dentro, había muchas más cajas, todas ellas con ropa, libros, discos de música polvorientos, trozos de tela y en la otra punta, un gran bulto bajo una amarillenta sábana. ¿Qué era eso? Todo estaba hecho un desastre pero la tela raída había sido colocada con cariño, para proteger "aquello" del implacable paso del tiempo.

Dejé la cámara y el trípode apoyados en un armario víctima de las termitas y avancé por encima de los cientos de trastos que había en el suelo –tenía dificultades para mantener el equilibrio. Era como, si de alguna manera, la habitación, recelosa de mi presencia, me pusiera a prueba para proteger sus secretos de mi curiosidad.

Llegué hasta donde se encontraba el misterioso bulto, cogí la punta de la sábana y estiré. Era un robusto baúl de madera y tenía una cerradura, pero no llave; lo abrí: decenas de fotos, cartas escritas a mano, carnets de identidad, agendas, películas de fotografía sin rebelar, diapositivas… Me faltaban manos para rebuscar entre la nostalgia y ojos para asimilar toda la información.

Averigüé que ella se llamaba Teresa y su marido, José Luis. Había muchas fotos de un niño pequeño que debía ser su hijo. Al fondo, un álbum de recortes de periódico sobre Franco y un vestido de novia que había sido manjar de las polillas. Juguetes, cachivaches varios, zapatos de tacón y un kit de maquillaje. Una botella de perfume vacía que olía a antaño, un par de guantes blancos de encaje y postales de la primera comunión. Era increíble como toda una vida se resumía en un metro cuadrado.

Pero ¿qué había pasado? ¿Qué hacían tantos recuerdos encerrados? ¿Por qué nadie los reclamaba?


Cogí la cajita de diapositivas y las puse a contra luz, una a una. Eran fotos de la familia en la casa, cuando se mudaron. El comedor, con techo alto, estaba lleno de frescos y en el medio, una gran mesa de madera de roble con ocho sillas alrededor. En otra, se veía a la familia entera en el porche, al lado del 600 y de dos burros, riendo, felices, ilusionados por una nueva etapa. Los abuelos a los lados, agarrados por el brazo. En el centro, Teresa y José Luis; era una estampa preciosa, pero algo había sucedido para que todo se redujera a un baúl.
Hice fotos a las cartas, a los documentos y a todo aquello que pude. Debía marcharme pronto.

Salí por donde había entrado y una vez fuera, me fijé en un trozo de papel que estaba bajo una piedra. Había algo escrito a mano que apenas se podía leer; la lluvia lo había dañado pero pude entender algunas palabras sueltas: “agua corriente”, “avísame” y un número de teléfono. Firmaba “María la vecina”. Le hice una foto y me fui silenciosamente. Quizás pudiera llamar...




Al otro lado del auricular se oía a “María la vecina”, una mujer mayor que no paraba de hablar pero que parecía feliz al tener a alguien que escuchara sus historias. Fue muy fácil que me contara más acerca de la casa abandonada.
Teresa se había casado de muy joven con José Luis y se mudaron a la casa de los padres de ella (la que visite). Tuvieron un hijo.

Cuando la Guerra Civil estalló, José Luis fue llamado como comandante oficial. Durante la ausencia de su marido, Teresa tuvo una aventura con el pastor del pueblo pero no pudo mantenerlo en secreto pues, al poco tiempo, se quedó embarazada y nueve meses después nacía su hijo bastardo. El pastor, que negaba lo obvio, no quiso saber nada y su familia, avergonzada, la apartó por completo.
Poco después de dar a luz y antes de que José Luis volviera de la Guerra, Teresa decidió deshacerse de lo que para ella había sido el error más grande de su vida y ahogó al niño en el pozo de la finca.

Después de lo ocurrido, la policía la detuvo y la encarceló.
A partir de ahí ya no se supo nada más de Teresa…



Cuando colgué el teléfono sentí un nudo en el estómago. Me había imaginado a una familia perfecta con una vida sencilla pero feliz. Sin embargo, y una vez más, había estado en una casa que encerraba un pasado oscuro y doloroso.










The horror's museum

Reportaje fotográfico aquí: http://ashesandshadows.blogspot.com/2010/11/horrors-museum.html


Vladimir Ure era un cirujano de renombre de la Unión Soviética pero no era conocido por sus aportaciones a la medicina convencional sino por sus extraños experimentos con animales. El revuelo que esto causó, hizo que en 1938 el Gobierno lo expatriase por considerar sus prácticas poco éticas.


Durante los siguientes 15 años poco se supo del paradero de Dr. Ure hasta que, en 1953, se le encontró la pista en España, donde se hallaba su laboratorio clandestino.


Dicho laboratorio, que se encontraba en el sótano de una fabrica, sufrió un incendio en 1960 y el cirujano soviético murió calcinado.

A pesar de todo, una parte del recinto se conservó intacta gracias a la rápida acción de los bomberos y entonces fue cuando descubrieron su macabro escondite.

En la pared se hallaban diplomas en teología y química, lo que hizo pensar que Vladimir siguió estudiando años después de su licenciatura en medicina para centrarse más en los aspectos de la alquimia. Su objetivo era hallar un remedio para la vejez y para ello seguía trabajando con animales.


Entre los escombros había cajas con cuerpos de animales muertos y muchos tarros que contenían embriones con malformaciones. Se cree que el mismo doctor cruzaba diferentes especies una y otra vez para poder servirse de los fetos, los cuales eran extraídos del útero durante la gestación para que conservasen todas sus propiedades naturales antes de ser corrompidos. Luego los conservaba en frascos con formol para más adelante utilizar los huesos y sangre y extraer aceites esenciales para crear lo que para él era el sueño de cualquier alquimista: “EL ELIXIR DE LA VIDA”.










4/11/10

El internado azul




El Internado azul, conocido como el Internado Maldito, esconde una trágica historia entre sus paredes.
Este Internado se construyó con el objetivo de no sólo escolarizar a todos los niños de la zona entre España y Francia sino para convertirse en un hogar para muchos de los huérfanos que había después de la Guerra.
A pesar de que este colegio-dormitorio se regía por unas estrictas conductas religiosas, muchos padres internaron a sus hijos. Éstos confiaban en que sus hijos recibirían una educación basada en la fe cristiana para adoctrinarlos y transformarlos según las demandas del evangelio. Sin embargo, lo que debía ser un lugar donde enseñar el camino hacia una vida llena de paz y sosiego, se convirtió en un infierno donde el dolor, el hambre y el abandono eran el pan de cada día.

Por aquél entonces, y utilizando la severidad de Dios como excusa, se infligían duros castigos a todos lo que cuestionaran la fe y osaran desobedecer cualquier orden de los siervos de Dios.
Pero los niños eran niños y muchas veces, su espíritu aventurero y sus ansias de curiosear les costaban unos azotes con las reglas de madera.
Encontré una habitación bastante deteriorada por las lluvias y el frío. Había un armario de madera podrido y dentro habían varias fichas de alumnos.
“Thomás Laroche (no se leía). Ingreso: 30 noviembre de 1939. 11 años.
Luego estaba detallado todo su historial médico donde básicamente se leía: múltiples contusiones en hombros, pecho, cadera.
(luego se dejaba de entender)

Leí las pocas que se habían salvado de los hongos y una me llamó especialmente la atención:
“Bernard Lafevre. Huérfano de padres. Ingreso: 2 de Abril de 1942. 8 años. La foto que aparecía en su historial mostraba a un niño flacucho, frágil, con piel que parecía papel de fumar -.
(luego había todo su historial médico)
Y más abajo en rojo se leía:
-causa de la muerte: bajo investigación.

El corazón se me encogió y sentí un aire frío en la sala que me dejó helada.
Salí corriendo de la oficina e intenté calmarme. Aquello no me pareció nada normal así que cuando llegué a casa me puse a investigar.

Finalmente, conseguí lo que quería, aunque ahora pueda que me arrepienta de ello.
Bernad Lafevre fue asesinado.

En este Internado, uno de los castigos más populares era el siguiente:
Cuando un niño no hacía sus deberes o llegaba tarde del recreo, el profesor le ordenaba que se pusiera de pie y fuera hasta la pizarra. Una vez ahí, le obligaba a arrodillarse con la cabeza mirando al suelo –símbolo de sumisión –y que alzara las manos con los dedos juntos y con una regla de madera le pegaba en las puntas de los dedos. Dependiendo del grado de desobediencia, se le aplicaba 1, 2 o 3 golpes secos.

Había un profesor en el internado que se llamaba Maximilien, un hombre corpulento de origen alemán pero criado en Francia por padres inmigrantes. Su forma de ser respondía al estereotipo de hombre irascible y con baja autoestima. Todo su cuerpo estaba lleno de pecas y éstas le otorgaban a su cuerpo un color anaranjado que había sido objeto de burla durante su infancia.

De mayor, siempre cubría sus extremidades, sin embargo, sus inseguridades no habían desaparecido; su forma de superar el trauma era arrebatando contra los niños.

Un día Bernard Lafevre llegó a clase sin los deberes hechos. Había estado enfermo las últimas dos noches. El profesor pidió que todos pusieran sus cuadernos encima del pupitre para él revisar. Se acercó a la mesa de Bernard y éste no tenía nada.

El profesor le preguntó porqué no tenía los deberes hechos y el pobre Lefevre le contestó que había estado enfermo. Maximilien, a la vez que se arremangaba las mangas para enseñar sus brazos venosos, le dijo: no me contestes. Pero seguidamente le volvió a preguntar “¿por qué no tienes los deberes hechos?”. El niño empalideció y tembloroso le contestó: “porqué estaba enfermo”.

Maximilien estalló de rabia y mientras agarraba al niño por el cuello de la bata le gritó:
_¡TE HE DICHO QUE NO ME CONTESTES!

Arrastró a Bernad hasta la pizarra e hizo que se arrodillara mirando hacia el suelo. El profesor le agarró de las muñecas y de un tirón le obligó a que estirara los brazos y juntara los dedos para recibir el latigazo de madera.
Primer azote.

_ Bernard, te lo volveré a preguntar y quiero que me respondas alto y claro. ¿Por qué no has hecho los deberes?
Bernard, que apenas podía respirar de temor, no sabía si debía contestar o no.
_¡CUANDO YO PREGUNTO TÚ RESPONDES!
Segundo azote.

_¿POR QUÉ NO HAS HECHO LOS DEBERES? ¡RESPONDE!
Bernard respondió entre sollozos:
_Por que… estaba… enfermo…
_ ¡NO TE OIGO!
Tercer azote en los dedos.

_Por que estaba enfermo – dijo en voz alta
_- ¡DILO MÁS FUERTE, QUE TE OIGA TODA LA CLASE! – la vena de la frente parecía que le iba a explotar. Disfrutaba torturando al muchacho. Se sentía poderoso, dominante. Le excitaba tener el control.
_¡POR QUE ESTABA ENFERMO! –gritó Lefevre entre lágrimas y con la cara roja del dolor.
_¡¡¡AL PROFESOR NO SE LE GRITA!!! –exclamó Maximilien lleno de furia. Sus ojos hinchados en sangre le delataban; estaba fuera de control.
Agarró de nuevo al chico por el cuello y lo situó en medio de la clase. Obligó a que todos los alumnos se levantaran y se pusieran alrededor de Bernard.
Atónitos, llenos de miedo y titubeando, se fueron levantando de sus sillas. Hicieron un círculo rodeando a Bernard. Se miraban unos a los otros, no tenían ni idea de lo que iba a suceder.

El profesor, con voz calmada pero firme, les dijo:
_Hijos míos, esta es la casa del señor y yo soy su siervo. Yo soy su legado y es mi deber hacer llegar su mensaje y es vuestra obligación obedecerme. Bernard no es hijos de Dios, es hijo de Satán y por eso, debe ser castigado. Vosotros, debéis enseñarle el camino, aunque sea doloroso. ¡Pegadle!

Los niños se quedaron quietos como estatuas. Pálidos y atemorizados no osaban preguntar nada, pero tampoco se atrevían a pegar a Bernard.
Maximilien se encontraba en lo alto de la tarima, de brazos cruzados, autoritario. Vio que los niños no se movían y dijo
_Aquél que se niegue a servir al señor, será el siguiente en recibir el castigo.

Poco a poco, inseguros, empezaron a dar golpes a Bernard, quien se encontraba en el suelo en posición fetal, ahogado en sus lágrimas.
Maximilien empezó a gritar “¡Dios castiga a aquellos a quienes ama!”, “¡DIOS CASTIGA A AQUELLOS QUIENES AMA”! ¡Este es mi mandamiento: que uno ponga su vida por sus amigos” (Juan 15:12-13)

Seguía y seguía gritando como un loco y como si estuviera hipnotizando a los pequeños, estos enloquecieron y arremetieron más fuerte contra Bernard como si aquello les pudiera salvar de ir al infierno.
Cuando ya decayeron las fuerzas y la voz del profesor volvía a ser un susurro, Bernard yacía inmóvil; estaba muerto.

Como si nada hubiera pasado, Maximilien ordenó a los niños que volvieran a sus puestos para poder empezar la clase, dejando el pequeño cuerpo de Bernard en el suelo como recordatorio.


No era la primera vez que pasaba algo así en el Internado Azul pero sí que fue la última.
Las autoridades arrestaron a Maximilien y la respuesta de los padres no se hizo esperar. Alarmados, sacaron a todos los niños del colegio y a aquellos que como Bernard, eran huérfanos, se los trasladó a otros centros de la zona. El Internado, cerraba sus puertas el 7 de octubre de 1944.

Bernard fue enterrado en el mismo patio del colegio y en lo que queda de la lápida aún se puede leer:“Que en paz descanse su alma. Vaya con el Señor”.










3/11/10

La torre encantada



A finales del siglo XIX y fruto de la revolución industrial, nacía una colonia textil en un pequeño pueblo de Catalunya. Pere Monje, un ambicioso hombre de negocios e hijo de una acomodada familia burguesa, decidió construir un imperio textil sin precedentes.

En 1900, compró un valle cerca del río para poder aprovecharse de la energía hidráulica y allí, asentó las bases de lo que sería la colonia más poderosa en tierras catalanas.

La gente del pueblo bendecía la llegada del Sr. Pere. Éste había dado trabajo a más de 800 hombres de la zona y estaba sacando el pueblo de la miseria.

Como era muy típico en aquella época, las casas de los trabajadores se encontraban en el mismo recinto donde trabajaban. De esta manera, los empleados estaban siempre disponibles para cumplir con sus largas jornadas de trabajo.

Mientras el proletariado vivía en las fábricas, la codicia del Sr. Pere por tenerlo todo bajo control le llevaron a construir una vivienda sin igual; una casa grande con una torre aún mayor. Ésta, se alzaba imponente delante de la mirada de cualquier fisgón, mientras él, desconfiado y prepotente, vigilaba a los obreros desde lo más alto del pueblo.

Con el tiempo, su delirio de grandeza fue en aumento; hasta el punto de creer que sus asalariados querían robarle todo lo que tenía. Receloso, decidió ampliar sus jardines para que si alguien entrase, se perdiera antes de llegar a la casa. Compró los árboles más altos de la provincia, los arbustos más vigorosos del país y ordenó crear un exorbitante laberinto que impediría a todo osado acercarse a su morada.

Pasaron unos años y el Sr. Pere se casó con Antonia, hija de un hombre adinerado de la provincia del Bages.

En 1911, tuvieron a su primera y única hija, Bel.

Bel, que tenía que competir con la avaricia de su padre para que la hicieran caso, solía jugar sola durante horas en una de las habitaciones de la casa. Tenía totalmente prohibido salir al exterior sin la supervisión de su madre.

Un día, mientras el Sr. Pere observaba receloso a sus trabajadores desde su torre , Bel decidió romper la regla y salió a divertirse por los amazónicos jardines.

Al caer la noche, sus padres la llamaron para la cena. Sin embargo, Bel no contestaba.

_¡Bel! ¡Bel!

Pero el eco de sus voces era su única respuesta.

La buscaron por toda la casa pero no aparecía. Salieron desesperados al jardín con la esperanza de encontrarla, pero sólo se oía el llanto quebrado de la madre.

Pasaron las horas, la noche se hizo de día y el día de noche; pero Bel no aparecía…

La madre, rota por el desconsuelo, abandonó a su marido y volvió a Bages.

El Sr. Pere, atormentando por la culpa, dejó el destino de la fábrica en manos del azar mientras que su obsesión por encontrar a su hija, le llevo a la locura.

En 1921, cinco años después de la desaparición de su hija, el Sr. Pere abandonó el pueblo sin dejar rastro y nunca más se volvió a saber de él.

En 1953, unos padres jóvenes, que enamorados por la innegable belleza del lugar, decidieron comprar la casa. Estaban convencidos que ese entorno natural sería el mejor lugar para criar a su hija.

Sin embargo, su felicidad duró poco. La noche en que su hija cumplía 5 años, empezaron a oír el llanto de una niña. Alarmados, subieron a la habitación de la pequeña para ver qué sucedía, pero su hija estaba despierta y en silencio, asustada, mientras el lloro seguía retumbando en las paredes de la casa.

El fenómeno siguió durante meses hasta que un día, descubrieron la oscura verdad que ahí se escondía.

La pareja abandonó el lugar y al cabo de unos meses, entraron otros. Una familia que, al poco tiempo, también empezaron a oír el llanto de una niña pequeña, pero ellos no tenían hijos.

Desde entonces, cualquier familia que intenta hacer del sitio un hogar, es atormentado por el llanto de esa niña que, con tan solo cinco años, desapareció en medio de las malezas de su propia casa.


La Torre Encantada –que es como se la conoce ahora—ha sido objetivo de muchos curiosos.

En 2005, un sacerdote de la zona, fue incluso a bendecir la casa para poder liberar al espíritu perdido de Bel; pero los vecinos de la zona aseguran que algunas noches se sigue oyendo el sollozo de una niña.