El Internado azul, conocido como el Internado Maldito, esconde una trágica historia entre sus paredes.
Este Internado se construyó con el objetivo de no sólo escolarizar a todos los niños de la zona entre España y Francia sino para convertirse en un hogar para muchos de los huérfanos que había después de la Guerra.
A pesar de que este colegio-dormitorio se regía por unas estrictas conductas religiosas, muchos padres internaron a sus hijos. Éstos confiaban en que sus hijos recibirían una educación basada en la fe cristiana para adoctrinarlos y transformarlos según las demandas del evangelio. Sin embargo, lo que debía ser un lugar donde enseñar el camino hacia una vida llena de paz y sosiego, se convirtió en un infierno donde el dolor, el hambre y el abandono eran el pan de cada día.
Por aquél entonces, y utilizando la severidad de Dios como excusa, se infligían duros castigos a todos lo que cuestionaran la fe y osaran desobedecer cualquier orden de los siervos de Dios.
Pero los niños eran niños y muchas veces, su espíritu aventurero y sus ansias de curiosear les costaban unos azotes con las reglas de madera.
Encontré una habitación bastante deteriorada por las lluvias y el frío. Había un armario de madera podrido y dentro habían varias fichas de alumnos.
“Thomás Laroche (no se leía). Ingreso: 30 noviembre de 1939. 11 años.
Luego estaba detallado todo su historial médico donde básicamente se leía: múltiples contusiones en hombros, pecho, cadera.
(luego se dejaba de entender)
Leí las pocas que se habían salvado de los hongos y una me llamó especialmente la atención:
“Bernard Lafevre. Huérfano de padres. Ingreso: 2 de Abril de 1942. 8 años. La foto que aparecía en su historial mostraba a un niño flacucho, frágil, con piel que parecía papel de fumar -.
(luego había todo su historial médico)
Y más abajo en rojo se leía:
-causa de la muerte: bajo investigación.
El corazón se me encogió y sentí un aire frío en la sala que me dejó helada.
Salí corriendo de la oficina e intenté calmarme. Aquello no me pareció nada normal así que cuando llegué a casa me puse a investigar.
Finalmente, conseguí lo que quería, aunque ahora pueda que me arrepienta de ello.
Bernad Lafevre fue asesinado.
En este Internado, uno de los castigos más populares era el siguiente:
Cuando un niño no hacía sus deberes o llegaba tarde del recreo, el profesor le ordenaba que se pusiera de pie y fuera hasta la pizarra. Una vez ahí, le obligaba a arrodillarse con la cabeza mirando al suelo –símbolo de sumisión –y que alzara las manos con los dedos juntos y con una regla de madera le pegaba en las puntas de los dedos. Dependiendo del grado de desobediencia, se le aplicaba 1, 2 o 3 golpes secos.
Había un profesor en el internado que se llamaba Maximilien, un hombre corpulento de origen alemán pero criado en Francia por padres inmigrantes. Su forma de ser respondía al estereotipo de hombre irascible y con baja autoestima. Todo su cuerpo estaba lleno de pecas y éstas le otorgaban a su cuerpo un color anaranjado que había sido objeto de burla durante su infancia.
De mayor, siempre cubría sus extremidades, sin embargo, sus inseguridades no habían desaparecido; su forma de superar el trauma era arrebatando contra los niños.
Un día Bernard Lafevre llegó a clase sin los deberes hechos. Había estado enfermo las últimas dos noches. El profesor pidió que todos pusieran sus cuadernos encima del pupitre para él revisar. Se acercó a la mesa de Bernard y éste no tenía nada.
El profesor le preguntó porqué no tenía los deberes hechos y el pobre Lefevre le contestó que había estado enfermo. Maximilien, a la vez que se arremangaba las mangas para enseñar sus brazos venosos, le dijo: no me contestes. Pero seguidamente le volvió a preguntar “¿por qué no tienes los deberes hechos?”. El niño empalideció y tembloroso le contestó: “porqué estaba enfermo”.
Maximilien estalló de rabia y mientras agarraba al niño por el cuello de la bata le gritó:
_¡TE HE DICHO QUE NO ME CONTESTES!
Arrastró a Bernad hasta la pizarra e hizo que se arrodillara mirando hacia el suelo. El profesor le agarró de las muñecas y de un tirón le obligó a que estirara los brazos y juntara los dedos para recibir el latigazo de madera.
Primer azote.
_ Bernard, te lo volveré a preguntar y quiero que me respondas alto y claro. ¿Por qué no has hecho los deberes?
Bernard, que apenas podía respirar de temor, no sabía si debía contestar o no.
_¡CUANDO YO PREGUNTO TÚ RESPONDES!
Segundo azote.
_¿POR QUÉ NO HAS HECHO LOS DEBERES? ¡RESPONDE!
Bernard respondió entre sollozos:
_Por que… estaba… enfermo…
_ ¡NO TE OIGO!
Tercer azote en los dedos.
_Por que estaba enfermo – dijo en voz alta
_- ¡DILO MÁS FUERTE, QUE TE OIGA TODA LA CLASE! – la vena de la frente parecía que le iba a explotar. Disfrutaba torturando al muchacho. Se sentía poderoso, dominante. Le excitaba tener el control.
_¡POR QUE ESTABA ENFERMO! –gritó Lefevre entre lágrimas y con la cara roja del dolor.
_¡¡¡AL PROFESOR NO SE LE GRITA!!! –exclamó Maximilien lleno de furia. Sus ojos hinchados en sangre le delataban; estaba fuera de control.
Agarró de nuevo al chico por el cuello y lo situó en medio de la clase. Obligó a que todos los alumnos se levantaran y se pusieran alrededor de Bernard.
Atónitos, llenos de miedo y titubeando, se fueron levantando de sus sillas. Hicieron un círculo rodeando a Bernard. Se miraban unos a los otros, no tenían ni idea de lo que iba a suceder.
El profesor, con voz calmada pero firme, les dijo:
_Hijos míos, esta es la casa del señor y yo soy su siervo. Yo soy su legado y es mi deber hacer llegar su mensaje y es vuestra obligación obedecerme. Bernard no es hijos de Dios, es hijo de Satán y por eso, debe ser castigado. Vosotros, debéis enseñarle el camino, aunque sea doloroso. ¡Pegadle!
Los niños se quedaron quietos como estatuas. Pálidos y atemorizados no osaban preguntar nada, pero tampoco se atrevían a pegar a Bernard.
Maximilien se encontraba en lo alto de la tarima, de brazos cruzados, autoritario. Vio que los niños no se movían y dijo
_Aquél que se niegue a servir al señor, será el siguiente en recibir el castigo.
Poco a poco, inseguros, empezaron a dar golpes a Bernard, quien se encontraba en el suelo en posición fetal, ahogado en sus lágrimas.
Maximilien empezó a gritar “¡Dios castiga a aquellos a quienes ama!”, “¡DIOS CASTIGA A AQUELLOS QUIENES AMA”! ¡Este es mi mandamiento: que uno ponga su vida por sus amigos” (Juan 15:12-13)
Seguía y seguía gritando como un loco y como si estuviera hipnotizando a los pequeños, estos enloquecieron y arremetieron más fuerte contra Bernard como si aquello les pudiera salvar de ir al infierno.
Cuando ya decayeron las fuerzas y la voz del profesor volvía a ser un susurro, Bernard yacía inmóvil; estaba muerto.
Como si nada hubiera pasado, Maximilien ordenó a los niños que volvieran a sus puestos para poder empezar la clase, dejando el pequeño cuerpo de Bernard en el suelo como recordatorio.
No era la primera vez que pasaba algo así en el Internado Azul pero sí que fue la última.
Las autoridades arrestaron a Maximilien y la respuesta de los padres no se hizo esperar. Alarmados, sacaron a todos los niños del colegio y a aquellos que como Bernard, eran huérfanos, se los trasladó a otros centros de la zona. El Internado, cerraba sus puertas el 7 de octubre de 1944.
Bernard fue enterrado en el mismo patio del colegio y en lo que queda de la lápida aún se puede leer:“Que en paz descanse su alma. Vaya con el Señor”.