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En 1909, mientras dos americanos conseguían llegar
por primera vez al Polo Norte, en una pequeña ciudad del sur de Bélgica nacía
el primer y único hijo de los Abbot: Jacob Abbot.
Los Abbot eran los dueños de la fábrica de jabones “Abbot Savons”. La empresa, fundada en 1883,
había empezado comercializando sus jabones a particulares, sin embargo, y
debido a la gran demanda, pronto empezaron a producirlos en masa.
Su negocio les había hecho muy prósperos y esto les
permitió criar a su hijo en la casa familiar, o mejor dicho, en la mansión. Sus
altas paredes se alzaban imponentes en medio de un vasto campo atravesado por
un río y rodeado por sauces llorones.
La casa tenía una entrada principal encarada al este
que se bañaba de rayos de sol todas las mañanas; un comedor familiar situado en
la ala oeste para ver la puesta de sol a la hora del té; otro comedor más
pequeño para las reuniones de sobremesa, una cocina, siete baños y diez
habitaciones. Todo distribuido en tres plantas para acoger a todos los familiares
y amigos que les quisieran visitar durante los meses de verano.
Cuando Jacob cumplió 19 años su padre falleció de
neumonía y, poco después la madre. Él, como hijo único, pasó a ser el heredero
de todo.
Al cabo de un año Jacob se casó con una francesa estudiante
de enfermería: Marie Lenuart. Una chica inteligente y modesta procedente de una
familia de artesanos belgas.
Durante 1928 y 1935, los Abbot tuvieron a sus 4
hijos: el mayor, Gilson Abbot; su primera hija Camille; y
luego a los gemelos Herbet y Eliane Abbot.
La familia vivió felizmente durante los siguientes años.
Los niños eran alegres y gozaban de buena salud y a pesar de la diferencia de status
entre Marie y Jacob, eran un matrimonio muy bien avenido y mostraban respeto y
admiración mutua.
Pero en 1939 estalló la Segunda Guerra Mundial y
Jacob fue llamado a filas para unirse al eje de los Aliados formado por
Francia, Reino Unido, Bélgica, Polonia, Dinamarca y Noruega. La noticia fue
devastadora para Marie que se quedó sola criando de sus hijos e intentando
llevar el negocio familiar a pesar de no estar preparada para ello.
Dos años después, recibió un telegrama donde se le
comunicaba que su marido había muerto en combate. Con la defunción de Jacob se
convertía en la Viuda Abbot y al mismo tiempo heredaba la gran fortuna de éste.
No solo la casa, sino también los terrenos cercanos y el negocio familiar; que durante la guerra había
ganado mucho dinero gracias a la gran demanda de jabón por parte de los
hospitales y casas de curas.
La guerra seguía avanzando pero los días en la casa
de los Abbot transcurrían con normalidad y el único contacto que tenían con la
guerra era a través del periódico local L'Echo de Belgique; a excepción del
hijo mayor Gilson, que vio en la Guerra la oportunidad de lucrarse con la
escasez de comida que se vivía.
Gilson, que rehusó trabajar en la empresa de su
padre, traficaba en el mercado negro con bienes básicos como la harina, la
carne, la leche y el aceite. Pero
encontrar alimentos en buen estado era difícil y Gilson engañó a muchos
consumidores con sustitutos más baratos o en mal estado.
Como era de esperar, la voz corrió y pronto, Gilson
Abbot era el estafador más buscado de la comarca. Sin ahorros y con una deuda demasiado grande, sus
probabilidades de sobrevivir en tiempos hostiles eran pocas.
Sin embargo había algo que le podía salvar: la
herencia de su madre. Como era evidente, no podía esperar a que muriera y Gilson,
que era un narcisista que lo había tenido todo sin esfuerzo, decidió tomar la
vía rápida: matarla.
Gilson Abbot |
Henry, doctor de profesión, jugador de vocación; era un buen hombre al que desafortunadamente su adicción le había llevado por un camino oscuro y sin retorno y el mayor de los Abbot, que carecía de escrúpulos, sabía como salir beneficiado de la situación.
Días después de su encuentro casual quedaron en la
misma taberna para hacer el intercambio. Gilson le pasó un sobre por debajo de la mesa con un pequeño avance y el doctor le entregó una pequeña bolsa de
papel manila. Dentro había un frasco con una etiqueta donde se leía, con
letra escrita a mano: Ricinus Communis. El Ricinus Communis o ricina, era una toxina
extremadamente venenosa cuando era ingerida o inhalada y era mucho más efectiva
que el arsénico. Pero lo mejor de todo es que era un veneno muy poco conocido y
eso era lo que precisamente necesitaba para llevar a cabo el crimen perfecto.
Todas las noches Marie Abbot iba a su habitación, se sentaba en el tocador y encendía el cirio rojo que
había junto a una foto de Jacob para rezar unas plegarias.
Gilson sabía que la ricina, si era dosificada en
cantidades adecuadas, no mataría a su madre de inmediato pero lo
haría en las próximos días, así la gente pensaría que la viuda habría muerto
por enfermedad.
Con el cuentagotas vertió la dosis recomendada alrededor
de la mecha del cirio esperando que su madre hiciera el ritual de todas las
noches.
Esa noche, como era de esperar, Marie se encerró en su habitación, encendió el cirio y empezó a rezar a su difunto marido, sin saber que, pronto, se reuniría con él.
A la mañana siguiente el veneno ya había surtido efecto. Marie empezó con fuertes vómitos sanguinolentos y diarreas. Al cabo de 48 horas sufrió una hemorragia intestinal y finalmente, después de diez largos días de agonía, cerraba sus ojos para siempre.
Esa noche, como era de esperar, Marie se encerró en su habitación, encendió el cirio y empezó a rezar a su difunto marido, sin saber que, pronto, se reuniría con él.
A la mañana siguiente el veneno ya había surtido efecto. Marie empezó con fuertes vómitos sanguinolentos y diarreas. Al cabo de 48 horas sufrió una hemorragia intestinal y finalmente, después de diez largos días de agonía, cerraba sus ojos para siempre.
Gilson, como era el primogénito varón heredó la mayor
parte de la fortuna y pagó a Luttenberger lo convenido. Ahora él había comprado
el silencio de su cómplice y podría saldar sus deudas. Todo había salido perfecto.
Semanas después de que los hermanos enterraran a la
madre en el mausoleo familiar, Camille Abbot, la hermana mayor, recibió una
carta sin remitente. En ella, alguien confesaba un crimen y la firmaba "un
alma atormentada". A Camille esa caligrafía le era familiar. Sabía que la
había visto por alguna parte en casa. Buscó y rebuscó hasta que encontró una
receta médica firmada por Henry Luttenberger. Luego ató cabos rápidamente: su
hermano heredero único, su impaciencia delante del notario, su serenidad durante
el funeral y como no, sabía de sus actividades clandestinas.
Camille fue a ver al médico a su casa y Henry le
contó todo. Antes de que la hermana mayor de los Abbot se fuera, éste le entregó
un sobre: el dinero que Gilson le había dado.
Al día siguiente la policía abrió una investigación
contra Gilson y la voz corrió como la pólvora. Desafortunadamente Gilson volvió
a tomar la vía rápida y cuando la policía fue a buscarlo a su casa, lo
encontraron colgado de una de las vigas del invernadero.
Los terrenos y el negocio familiar se repartieron
entre Camille, Herbet y Eliane. Pero la casa, nadie la quiso; demasiados
fantasmas.
Así pues, y durante los siguientes 50 años, la casa
de los Abbot, o "La casa de la miseria" como muchos la bautizaron,
fue quedando cubierta de grandes capas de hiedra y profundas grietas que solo
los cuervos se atrevieron a habitar.
Cuatro generaciones después, en 1984, el nieto de
Camille, Joseph Arthur decidió volver a la Mansión para reformarla y así
resucitar el viejo sueño de su bisabuelo Jacob: un lugar donde la familia
podría volver
a reunirse y ser feliz.